Viaje al enigma de los etruscos
Viaje al enigma de los etruscos
Ruta por el norte de la provincia italiana de Lacio, entre villas renacentistas, bosques, lagos y el jardín más misterioso del mundo, Bomarzo

Vemos en Bomarzo una tortuga gigantesca, un elefante, un gigante, un rostro monstruoso en el que se puede entrar
El Parque de los Monstruos
Es un lugar tan interesante como incomprensible. ¿Por qué a alguien se le ocurriría construir en un apacible jardín renacentista figuras de monstruos, animales y gigantes, pero también una casa torcida, que rompe con la perspectiva y casi marea al viajero? El escritor argentino Manuel Mujica Láinez edificó sobre este misterio su gran novela renacentista, Bomarzo, inspirado por el príncipe que mandó construir aquel jardín, Pierfrancesco Orsini, en el siglo XVI. Las estatuas ofrecen constantes sorpresas: una tortuga gigantesca, un elefante, un gigante tumbado, un rostro monstruoso en el que se puede entrar… No hay ningún jardín que ofrezca un despliegue similar de imaginación, escondida entre los árboles y los setos. En la novela de Mujica Láinez, el príncipe está obsesionado por los etruscos que vivieron allí en la antigüedad, y una de sus posesiones más preciadas es la armadura de un guerrero, que un campesino había encontrado en sus tierras y que le regaló su abuela. Una muy similar, descubierta también en aquella zona, tal vez la misma que inspiró al escritor argentino, se puede ver en el museo de las Termas de Diocleciano, cerca de la estación Termini, en Roma.Desde el parque se contempla en la colina cercana la pequeña ciudad de Bomarzo y, sobre todo, el imponente palacio de los Orsini. Si se tiene suerte, porque abre muy pocas horas a la semana, hasta se puede visitar. En cualquier caso, si no se logran superar los implacables horarios de muchos monumentos en Italia (que no abren nunca o, lo que es casi peor, prácticamente nunca), siempre es posible dar un paseo por los callejones de la urbe, llenos de gatos, hasta la plaza, que esconde una bella iglesia románica, para cuya construcción se utilizaron piedras romanas. La vista sobre la campiña nos muestra un paisaje agreste, pero también moldeado por el hombre, por aquellos remotos habitantes que establecieron sobre las alturas ciudades aisladas y fortificadas, unidas por una cultura, pero que no llegaron a formar una nación. Orvieto, unos pocos kilómetros al norte, es quizá el ejemplo más claro del antiguo paisaje etrusco.
Orvieto
Las catedrales góticas son tal vez el monumento que mejor resume lo que significa Europa: representan una mezcla de culturas, un trabajo colectivo que se prolongaba durante décadas, a veces siglos, cuya presencia va mucho allá de lo religioso. Nos recuerdan las fuerzas que construyeron el continente, los príncipes y los obispos, pero también los artesanos, los pintores, los escultores, los arquitectos, los urbanistas… “En las ciudades italianas, el progreso en los negocios hacía surgir una nueva sociedad”, escribe Georges Duby en La época de las catedrales. La catedral de Orvieto es la obra maestra del gótico italiano, que refleja ese periodo de crecimiento social y económico que desembocó en el Renacimiento. Este edificio, de franjas negras y blancas, culmina con una fachada que resume la historia del arte italiano, con su rosetón, sus mosaicos, sus estatuas. Construida a caballo entre los siglos XIII y XIV, su profunda personalidad es obra del sienés Lorenzo Maitani, que dirigió el proyecto hasta su muerte. Pero en la realidad las catedrales no se acaban nunca, su encanto reside en que representan una obra que siempre sigue avanzando, que se adapta al tiempo y las épocas. En la misma plaza hay un par de sitios para comer que están muy bien, con cocina del territorio (contundente, muy pegada a las estaciones, parecida a la romana). Enfrente está el Museo Etrusco Claudio Faina. Con objetos en su mayoría encontrados en la zona, es un buen lugar para dar los primeros pasos por la cultura etrusca y comenzar a entrever el fino sentido estético de sus artistas. Las salas del museo, incluso en una mañana de verano, están casi vacías y se recorren con una sensación de intimidad con las piezas.Tarquinia
No es ningún secreto que Italia alberga algunos de los monumentos más importantes del mundo antiguo. Unos son universalmente conocidos; otros, un poco menos. Es el caso de la necrópolis etrusca de Tarquinia. Se trata de una ventana hacia la antigüedad a la altura de Pompeya o el Coliseo de Roma. La llamada necrópolis de Monterozzi, situada en los alrededores de la ciudad y patrimonio mundial desde 2004, es uno de los legados más bellos que dejó atrás la civilización etrusca. Representa una mirada indiscreta a la vida cotidiana de aquellos habitantes remotos y a su forma de concebir la existencia. El escritor polaco Zbigniew Herbert escribe en su ensayo sobre las civilizaciones del Mediterráneo antiguo, El laberinto junto al mar (Acantilado), que para los etruscos “la eternidad era una larga y cálida noche de verano”. Cuando se llega, la primera visión es un poco desconcertante: en una zona anodina a la entrada de Tarquinia aparece un terreno yermo sembrado de chamizos (que en realidad protegen la entrada a las tumbas). Para descubrir lo que se oculta ahí es necesario bajar las escaleras de los hipogeos y contemplar de cerca las pinturas que ornamentan las tumbas subterráneas (protegidas por un cristal), sumergirse en aquella noche de verano. Son frescos, algunos pintados 600 años antes de nuestra era, que nos introducen en una fiesta, en los que casi se pueden escuchar las flautas, el sonido de los banquetes. Los etruscos pintaban animales, barcos, pero también juegos eróticos, luchas, tremendas fiestas con unos colores brillantes y osados que han sobrevivido a los siglos. Las mujeres ocupaban un lugar tan relevante como los hombres, algo que escandalizó a los romanos. Se pueden pasar unas horas o un día entero subiendo y bajando escaleras para disfrutar de esa visión tan alegre y lúdica de la muerte, tan diferente a la nuestra.La propia ciudad de Tarquinia tiene bastante encanto y, sobre todo, acoge uno de los mejores museos etruscos de Italia. Aun a riesgo de padecer una sobredosis, es una apuesta segura por su emplazamiento —un palacio del siglo XV—, porque alberga las pinturas originales de dos tumbas muy bien conservadas y una importante colección de piezas, por ejemplo, de urnas funerarias y sarcófagos con esculturas de terracota. Está también el Lido de Tarquinia, la playa situada a unos pocos kilómetros (los etruscos tomaban la precaución de no asentarse junto al mar). La población es tirando a fea, pero la playa, de arena negra, alberga el antiguo puerto y, sobre todo, unos cuantos restaurantes de pescado (Il Tirreno, Gradinoro y Falcioni son los más famosos). Tras una jornada de piedras y pinturas bajo el sol, al borde del síndrome de Stendhal, una visita a la playa siempre es bienvenida. Eso sí, no hay que olvidar que en Italia son casi todas de pago.
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